«¡El sonido puede verse!«… éstas fueron las palabras proferidas por Napoleón Bonaparte (1769-1821) en febrero de 1809 cuando el físico alemán de origen húngaro Ernst Chladni (1756-1827) le demostró cómo podía influir el sonido en la materia al friccionar con el arco de un violín el borde de una placa de metal sobre la cual había esparcido previamente granos de arena fina.
La fricción del arco provocaba una serie de ondas acústicas idénticas que se propagaban en todas las direcciones por la superficie de la placa, arrastrando con ellas dichos granos.
Cada vez que dos ondas avanzando en sentido opuesto se encontraban en algún punto, éstas se anulaban mutuamente (este fenómeno de interferencia o superposición recibe el nombre de «onda estacionaria»), obligando así a la arena a concentrarse en dicho punto y agruparse en armoniosos patrones geométricos que iban variando según la amplitud y la frecuencia de las ondas generadas y que se correspondían, por tanto, con aquellas zonas en donde la placa no vibraba o lo hacía con menor intensidad.
Aunque el fenómeno de cómo las ondas sonoras interactúan con la materia ya había sido observado anteriormente por Leonardo Da Vinci (1452-1519), Galileo Galilei (1564-1642) o Robert Hooke (1635-1703), fue Chladni, considerado como el padre de la acústica moderna, el primero en analizarlo de manera sistemática.
Sus estudios tendrían continuidad en las investigaciones de Michael Faraday (1791-1867), Jules Antoine Lissajous (1822-1880), Lord Rayleigh (1842-1919), Margaret Watts-Hughes (aprox.1850-1907), Mary Desiree Waller (1886-1959) y, muy especialmente, las del científico y músico suizo Hans Jenny (1904-1972), las cuales demostrarían cómo la propagación de las ondas acústicas a través de determinados líquidos o semisólidos generaba diferentes formas geométricas.
Dicha constatación marcaría el nacimiento de la cimática (término derivado del griego κῦμα, cuyo significado es el de «onda»), definida por Jauset en su obra La terapia de sonido: ¿ciencia o dogma? como la «disciplina que evidencia el efecto de la energía acústica en el medio en el que se propaga» (2011:41).
El doctor Jenny utilizó distintos tipos de materiales en sus investigaciones, incluyendo pastas, líquidos y plásticos.
Dichas sustancias eran colocadas en una superficie de metal a la que hacía vibrar utilizando un oscilador de cristal capaz de generar una frecuencia específica, fotografiando (y filmando) después los efectos conseguidos. Como comenta Goldman en su obra Los 7 Secretos de los Sonidos Sanadores, «entre las muchas formas que captó estaban la del plástico líquido, que se asemejaba a una anémona marina; la del polvo de licopodio (un material parecido a los polvos de talco), que se convertía en algo parecido a las células del cuerpo; y la del agua, que adoptaba muchas formas geométricas extraordinarias» (2010:31).
Jenny, el cual dedicó catorce años de su vida al estudio de este fenómeno, corroboró que los patrones formados venían determinados por variables tales como la frecuencia a la que los elementos habían sido expuestos o la amplitud de la onda, además de, por supuesto, el tipo de sustancia utilizada. Así, los sonidos agudos producían las formas más complejas, mientras que los graves daban como resultado patrones más sencillos.
En ambos casos, los simétricos patrones obtenidos se mantenían mientras duraba el sonido, colapsando cuando éste se detenía. Por otro lado, también observó que, a mayor amplitud de onda, más rápido y agresivo era el movimiento generado, llegando incluso a producir, en ocasiones, pequeñas erupciones.
Los experimentos realizados revelaron una sorprendente afinidad entre los patrones obtenidos en su laboratorio y otros igualmente simétricos que podían encontrarse también en la naturaleza, lo cual le llevaría a afirmar, influido por las teorías antroposóficas del filósofo Rudolph Steiner (1861-1925), que estos últimos eran, igualmente, el producto de relaciones entre ondas sonoras. Todo lo que vemos no sería, por tanto, sino la materialización de la «música» del universo, ya que todos los fenómenos naturales reflejarían, en última instancia, patrones inherentes de ondas producidos por vibración. La propia evolución biológica podría explicarse en términos de frecuencias. En palabras del propio Jenny, «el sonido es el principio creativo«.
Y aunque Jenny no exploró nunca las repercusiones que podían tener sus hallazgos en el ámbito de la sanación, sí creía que la comprensión de cómo diferentes frecuencias podían influir en los genes, células y varias estructuras del cuerpo era fundamental para saber cómo aplicar dicho conocimiento a la curación del cuerpo, sentando así con su labor las bases para el estudio de las posibles aplicaciones terapéuticas del sonido.
¿Somos entonces los seres humanos, al igual que las plantas o los cristales, también una manifestación visible de música? ¿Puede el sonido influir en nuestra realidad física hasta el punto de poder transformarla? Y, de ser así, ¿podemos servirnos por tanto de la vibración sonora para potenciar y acelerar procesos de sanación en nuestro organismo? Al fin y al cabo, hoy día se ha constatado que es posible tratar desde lesiones articulares hasta desgarros musculares, fracturas de huesos e incluso la artritis mediante tonos de frecuencias audibles generados por equipos biomédicos.
Uno de los pioneros en la aplicación terapéutica de la cimática fue el osteópata inglés Peter Guy Manners (1939-2009), el cual consideraba que cada órgano y teijido del cuerpo posee su propia frecuencia vibratoria, la cual se ve alterada en caso de enfermedad. Por tanto, sería posible ayudar al cuerpo a retornar a su estado original de salud mediante el uso y la aplicación de dichas frecuencias resonantes óptimas. De esta manera, Manners contemplaría el cuerpo como una compleja combinación de frecuencias armónicas, no dudando en afirmar que incluso nuestras células son sensibles a los efectos del sonido y la vibración: «el sonido tiene la habilidad de reorganizar la estructura molecular«.
Otras interesantes figuras en la investigación acerca de cómo afecta el sonido a la materia serían el sonoterapeuta «bioenergetista» francés Fabien Maman, el cual acometió junto con la bióloga Helene Grimal importantes y significativos experimentos con células cancerosas, y por supuesto el polémico autor Masaru Emoto (1943-2014), el cual analizó los efectos del sonido (entre otros factores) en cristales de agua a partir de fotografías microscópicas.
También se sirvió del agua el fotógrafo alemán Alexander Lauterwasser para captar con su cámara, inspirado por las revelaciones de Chladni y Jenny, los hermosos patrones simétricos formados como respuesta a distintas frecuencias sonoras (incluyendo extractos de música clásica y sonidos de instrumentos tales como el gong, el monocordio, el gong o el canto difónico), buscando igualmente correlaciones en el mundo natural. Elogiado por el propio Don Campbell (1947-2012), su libro «Water Sound Images» constituye, ciertamente, una obra imprescindible para todos los interesados en la Geometría Sagrada del sonido, armoniosos mandalas de una belleza tan rotunda como enigmática.
No podríamos dar por concluida esta sucinta aproximación a la historia de la cimática sin mencionar la encomiable labor del británico John Stuart Reid, una de las grandes figuras de referencia en este sector, con más de 40 años de experiencia. Formado en Ingeniería Acústica, a él le debemos el desarrollo del CymaScope, el primer instrumento científico comercial del mundo que nos permite visualizar la geometría del sonido. Estos fascinantes patrones cimáticos, tal y como explica Reid, nos ayudan, en última instancia, a comprender la naturaleza esférica del sonido. En otras palabras, éste no se propaga, como se ha creído tradicionalmente, en forma de ondas longitudinales, sino que lo hace en forma de burbuja palpitante a partir de la fuente generadora de dicho sonido.

Reid es además una de las pocas personas que han tenido el privilegio de poder realizar un pionero trabajo de campo en acústica dentro de la Cámara de los Reyes de la Gran Pirámide de Giza, lo cual le llevaría a formular también interesantes conclusiones respecto al origen mismo de los jeroglíficos y el conocimiento que los antiguos egipcios ya tenían acerca del sonido. Las ramificaciones de su extraordinaria labor investigadora en relación a la cimática, como puede apreciarse, son tan profusas (astrofísica, biología, musicología, oceanografía, ornitología, fonología, sonoterapia, etc.) que darían pie a un estudio centrado exclusivamente en todas y cada una de ellas.
Haber tenido la posibilidad de conocer el trabajo realizado por Reid y su equipo de Sonic Age ha sido todo un honor y privilegio para nosotros y nos sentimos muy afortunados de haber podido avanzar un poco más en nuestra comprensión de la naturaleza del sonido y su geometría divina.

Los mandalas cimáticos que podemos apreciar tanto en la imagen de arriba como en la grabación incluida a continuación se corresponden con el sonido de dos de nuestros cuencos de cuarzo alquímicos, sonando al unísono en un armonioso intervalo de octava: Aura Rosa Oro (nota fundamental en Sol# de tercera octava) y cuenco de Cuarzo Rosa (nota fundamental en Sol# de cuarta octava). La impronta energética de este set tiene que ver con la apertura del corazón y la activación del Amor Incondicional.
El q tenga ojs que vea; l que tnga oidos q oiga.
genial trabajo… gracias por publicar tan valioso material.
Muchas gracias por valorarlo, Alejandro. Un fuerte abrazo!