El cuarzo, mineral compuesto por dos moléculas de oxígeno por una de silicio, resuena de forma natural con nosotros. Al fin y al cabo, ya nacemos con siete gramos de silicio orgánico en nuestro cuerpo, que se encuentra, sobre todo, en el tejido conjuntivo, la aorta, los vasos sanguíneos, los cartílagos, el timo, el hígado, el bazo, el páncreas, los huesos, los dientes, la piel, las uñas y el cabello. Nuestro mismo ADN presenta una estructura en doble espiral muy afín a la del cristal del cuarzo. Ése es el motivo por el que estos cuencos poseen un ilimitado potencial terapéutico cuando se usan correctamente.
Así, los cuencos de cuarzo propician, a través del principio de resonancia, una armonización natural entre su vibración y la de las propias personas que lo sienten y escuchan. Los sonidos de estos instrumentos cristalinos armonizan la memoria celular, equilibran los hemisferios cerebrales, limpian y fortalecen nuestro campo electromagnético (también conocido como aura), estimulan las conexiones interneuronales, restablecen el equilibrio del sistema endocrino mediante la estimulación de la hipófisis o pituitaria, y nos ayudan a alcanzar un profundo estado de silencio interior, plenitud y bienestar tanto físico como emocional.